jueves, 21 de agosto de 2008

Redundancia cíclica



Cuando uno llega al punto de odiar a la gente feliz es porque ha alcanzado un grado grave de tristeza. O podría ser también algún desorden psico-emocional generado por la falta de cariño…de todas formas no tengo la autoridad suficiente para hablar de patologías psiquiátricas.

Eso justamente intentaba explicarle a Fausto el día en que insistía en que mirara al mundo de la forma más positiva posible.

-“me llamo Esperanza, con ese nombre crees que puedo ser positiva?”

Su mirada no me asombró, incluso viniendo del rey del mundo onírico donde debería serle costumbre los gritos del delirio.
Todos a cuantos les doy mi argumento parecen realmente no entender como una mujer llamada Esperanza puede estar tan triste y sumida en el más auténtico pesimismo.

Nadie entiende nada últimamente. Años atrás nadie cuestionaba, todos acataban.
A veces considero las ventajas de la ignorancia y la desinformación (que porque se oculte no es menor que la de aquellos días). Entonces reformulo: a veces extraño aquellos años en que los terceros no buscaban respuestas, simplemente las encontraban y eran felices con lo que oían.

Hoy esta gente, más que respuestas, busca errores, desafíos dialecticos, luchas de clases, impresiones momentáneas. Cuanto más grande mejor. Hoy todo se trata de grandes hazañas, de magnánimos esfuerzos.

Y es así que Esperanza se convirtió en un nombre poco probable. O mejor dicho, un nombre en la lista pero sin garantías.

Fausto escuchó atento mi gran discurso. Y por supuesto, de otro forma no podría haber sido, mi cuerpo se balanceaba sobre la estatua de Dante y con una profunda admiración, Sócrates descendió del pedestal que tanto aborrecía.

Claro que faltaban algunos amigos, Prometo por ejemplo se hizo el desentendido (dejamos nuestro amorío desde que perdió las esperanzas), sin embargo sabía que nos miraba desde lejos.
Lo cierto es que los moribundos amantes estaban cerca. Dante soltó una lagrima por Beatrice, Sócrates por Sofía y Prometo (siempre a lo lejos) pensaba en su poco fructífera filantropía.

Y yo, yo había dejado el llanto, la desesperanza se adueñó y por fin reconocí mi odio a los felices.

Fausto entendió que no era más que una causa perdida y como de costumbre, se alejó.

Horas y horas después, dando vueltas en nuestro carrusel, dijimos “bien, ya no hay más que perder, manos a la obra muchachos”. En verdad nunca entendí de que estábamos hablando, pero parecía el momento justo de acatar y nada más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, pesimismo, o, realidad, no se, realmente soy pésimo para dicha interpretación(notaron no? puse "dicha" en lugar de "esa" yo también quiero jugar a los intelectuales) pero lo que si puedo interpretar perfectamente es un dejo de tristeza que se cuela en ciertas palabras y/o fragmentos, por ejemplo, cuando se presenta Esmeralda, que aunque no venga al caso aclaro, es nombre de muchacha de falda corta y tacos altos... bueno pero en fin, cortito y al pie: ¿Qué pasa? ¿Ya tirando la toalla? y a mi no me venga con eso de que no es resignación sino aceptación, ese cuento lo inventé yo!!! Bueno, desde mi humilde posición lo único que puedo ofrecerle es un abrazo y todo mi amor(Ayyy que dulce!!!) que puede ser poco, pero pocos lo tienen...

Anónimo dijo...

Creo que no hacía falta poner un nombre clave no??? En todo caso si usted utiliza SIMONE, yo puedo adoptar el de Al Pacino... o qué? Me va a decir que no vio esa pélicula Lady?